
Ser Coach es, ante todo, humildad. Ser un coach no es ser o saber más que nadie.
Ser un coach es ubicarse frente a un otro con aceptación, reconocimiento y validación, de que quien está frente a nosotros, es la mejor versión que ha podido hacer de sí mismo, con los recursos que cuenta.
Su inquietud, problema o quiebre deviene de reconocer que hay algo que le falta, para llegar hasta el diseño de vida que desea.
En ese sentido, su actitud es de alto valor, de coraje y autoaceptación. Es por eso que ser coach es acercarse al otro, con humildad.
Un coach conoce y gestiona diversas maneras de acercarse con amorosidad a su cliente y también puede utilizar recursos técnicos, en el acompañamiento a su coachee.
Esta gestión de distinciones y herramientas técnicas, no implica que sepa más acerca de la vida o cómo lograr resultados. Y mucho menos sabe, sobre las experiencias, miedos, certezas, aciertos y errores y sus consecuencias, vividos por su cliente.
Debido a aquello, la práctica de un coach es de respeto, aceptación, no enjuiciamiento, no situarse como “maestro” de nadie ni opinar acerca de qué y cómo debe hacer el cliente.
El único límite que debe tener en cuenta el coach, más allá de la biología, es la propia ética.
La declaración de incompetencia, constituye uno de los más poderosos ejemplos del poder y valor que se da el coach a sí mismo y al coachee. Y es la ética personal, la que decide los límites de la práctica del coaching.
Ser un coach, en definitiva, es una fascinante experiencia de crecimiento personal, antes que una forma de acompañar a los demás.
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